martes, 18 de mayo de 2010

Historia de pescadores semiprofesionales

Un bloqueador de sol, es lo único que realmente se necesita para pasarla excelente en alguna de nuestras presas del estado. Un bloqueador es lo único que puede cambiar su percepción de un “me la pase muy bien pero me puse una quemada” a “me la pase muy chingón”.

En la presa el Granero, en el municipio de Aldama, el fin de semana está para sacar miles de pescados, nosotros estamos preparados. Cañas listas, anzuelos de diferentes tamaños y harta cerveza. Llegamos puntuales y temprano, se escoge el lugar estratégico para acampar y listo en un dos por tres el campamento está puesto.

A las orillas de la presa, nos preparamos para iniciar el propósito del viaje, atrapar a cuanto pez cruce por nosotros, el primer lanzamiento y sale premiado, el primer pez le toca al chaparrito pero no pasa los estándares de tamaño, los pescados que saquemos deben de ser mayores a una mano, lo cual tampoco es muy grande porque uno tiene manos de niño de 6 y el otro tiene manos de niña.

Ahora toca mi turno, preparo mi caña con nudo finlandés y el contrapeso hace que se vuele lo suficiente. Las técnicas aprendidas durante diferentes viajes en los lugares más recónditos no me sirven para nada. Mi caña a falta de uso se hizo bolas y me desespero. Así que me voy por las técnicas de los viejos sabios, un palo (al estilo Tom Swayer) y una lata de cerveza.

Mientras mi compañero sigue sacando y sacando, los cuales se regresan por su tamaño, yo me muero de calor y me saco la camisa, GRAN ERROR. En eso mi caña de Tom se mueve y sale el primero, de muchos, y muy apenas cruza el límite de tamaño (bueno las mojarras no son muy grandes).

En fin tiramos hasta cansarnos y cuando el hambre nos llama subimos a preparar la comida. En la tarde un fuerte viento no deja pescar, pero es la escusa más fuerte para quedarnos a tomar. Una buena platica, un lindo lugar, excelente compañía y las cervezas bien frías que más se puede pedir, donde está la crisis.

A falta de horas de sueño, dos para ser exactos, caemos temprano. A las 11 de la noche somos unos troncos preparándonos para el siguiente día. Nos levantamos a las 5 de la mañana con un excelente clima y la presa como espejo. Pero optamos por la mejor opción, seguir dormidos. Al fin el día tiene 24 horas y los peces están allí.

Salimos nos preparamos y a darle, salieron más peces. Muchos de los cuales no estaban para quedárnoslos y tiramos y tiramos. El mal humor de un compañero daba a entender que era hora de comer. Cuando íbamos subiendo se alcanzo a divisar unos pescados de grandes dimensiones a solo 2 metros de donde estábamos. Coraje, risa y hambre fueron algunas de las sensaciones que nos dio por no estar allí.

Al final el viaje estuvo muy bueno y con muchas ganas de repetirlo.

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