En la presa el Granero, en el municipio de Aldama, el fin de semana está para sacar miles de pescados, nosotros estamos preparados. Cañas listas, anzuelos de diferentes tamaños y harta cerveza. Llegamos puntuales y temprano, se escoge el lugar estratégico para acampar y listo en un dos por tres el campamento está puesto.
A las orillas de la presa, nos preparamos para iniciar el propósito del viaje, atrapar a cuanto pez cruce por nosotros, el primer lanzamiento y sale premiado, el primer pez le toca al chaparrito pero no pasa los estándares de tamaño, los pescados que saquemos deben de ser mayores a una mano, lo cual tampoco es muy grande porque uno tiene manos de niño de 6 y el otro tiene manos de niña.
Ahora toca mi turno, preparo mi caña con nudo finlandés y el contrapeso hace que se vuele lo suficiente. Las técnicas aprendidas durante diferentes viajes en los lugares más recónditos no me sirven para nada. Mi caña a falta de uso se hizo bolas y me desespero. Así que me voy por las técnicas de los viejos sabios, un palo (al estilo Tom Swayer) y una lata de cerveza.
Mientras mi compañero sigue sacando y sacando, los cuales se regresan por su tamaño, yo me muero de calor y me saco la camisa, GRAN ERROR. En eso mi caña de Tom se mueve y sale el primero, de muchos, y muy apenas cruza el límite de tamaño (bueno las mojarras no son muy grandes).
En fin tiramos hasta cansarnos y cuando el hambre nos llama subimos a preparar la comida. En la tarde un fuerte viento no deja pescar, pero es la escusa más fuerte para quedarnos a tomar. Una buena platica, un lindo lugar, excelente compañía y las cervezas bien frías que más se puede pedir, donde está la crisis.
A falta de horas de sueño, dos para ser exactos, caemos temprano. A las 11 de la noche somos unos troncos preparándonos para el siguiente día. Nos levantamos a las 5 de la mañana con un excelente clima y la presa como espejo. Pero optamos por la mejor opción, seguir dormidos. Al fin el día tiene 24 horas y los peces están allí.
Salimos nos preparamos y a darle, salieron más peces. Muchos de los cuales no estaban para quedárnoslos y tiramos y tiramos. El mal humor de un compañero daba a entender que era hora de comer. Cuando íbamos subiendo se alcanzo a divisar unos pescados de grandes dimensiones a solo 2 metros de donde estábamos. Coraje, risa y hambre fueron algunas de las sensaciones que nos dio por no estar allí.
Al final el viaje estuvo muy bueno y con muchas ganas de repetirlo.
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